UNA NARCISISTA ENCUBIERTA EN DOWNTON ABBEY


No suelo seguir con mucha fidelidad las series que se ofertan en las distintas plataformas digitales, quizás vea algún capítulo, o dos, pero enseguida salto a otra cosa. Estoy más hecho al zapping, me gusta vagabundear por los canales, ir picoteando aquí y allá, y volver, no pocas veces, a las series y películas que ya conozco. Si la trama me resulta interesante, si el guión es de calidad y los personajes, o los escenarios, me resultan atractivos, no me importa repetir. 

Al contrario de lo anterior, con Downton Abbey, (Reino Unido, 2010), quedé enganchado desde el capítulo uno, y mi interés perseveró hasta el final de la última temporada. Y ello a pesar de que muchas de las subtramas que se entrecruzan por el camino, son dignas de un culebrón folletinesco: bebés de damas y doncellas, nacidos en el extranjero y criados por otros, paralíticos de guerra que dos capítulos más tarde ya están dando vueltas por el campo, secretos de crímenes pasados, ruinas económicas anunciadas, herencias que corren peligro, escrúpulos de conciencia notablemente absurdos, y un largo, a ratos larguísimo, sainete de amores aparentemente imposibles, con su dosis lacrimógena de esperas ante el espejo y bodas de última hora. 

Sin embargo, el cauce principal de la historia: los avatares de una familia aristocrática de principios del siglo XX, y de su servidumbre, tiene aguante, no pierde fuerza, y logra mantener nuestra atención hasta el último minuto. Uno de los secretos es, a mi modo de ver, la serie de personajes que van desfilando por la trama, algunos verdaderamente entrañables. Se trata de identidades originales, bien definidas, hombres y mujeres con sangre y con gracejo, que conectan emocionalmente con el espectador y avivan nuestros deseos de seguir formando parte de sus vidas. 

Entre ellos, como en toda buena historia, no faltan los villanos, seres que encarnan el mal y que despiertan en nosotros toda suerte de sentimientos encontrados. Entre los malvados que vemos deambular por los pasillos del viejo caserón inglés, se destacan dos, ambos de la servidumbre: la señora Sarah O´Brien, doncella personal de Cora, la condesa de Grantham, y Thomas Barrow, primer lacayo de la casa. 

Sobre este último, uno de los personajes psicológicamente mejor construidos de la historia, no entraré ahora. Estamos ante un ser atormentado, contradictorio, sobre el cual se cierne el drama de lo que significaba ser homosexual en las primeras décadas del siglo XX. Víctima y victimario del mundo que le ha tocado vivir, bien merece un análisis aparte. 

Quiero centrarme en la señora O´Brien. Desde la primera temporada hasta la tercera, cuando desparece, la vemos desplegar todas sus artes de maldad y engaño, de verdadera violencia psicológica. Tramposa y vengativa, se muestra experta orquestando conspiraciones, campañas sutiles, y en ocasiones directas, de difamación. Sus maquinaciones parecen no tener límites, mientras sostiene su mascara de doncella abnegada, especialmente ante Cora, la dueña de la casa. 

Si tiramos del hilo, muchas de las desgracias que suceden en la historia tienen su origen en los tejemanejes de la Señora O´Brien: la aparición en escena de la esposa del señor Bates; el desgraciado suceso de Thomas con el apuesto lacayo Jimmy- le hace creer que la atracción que siente hacia su compañero es correspondida-; la difusión del escandaloso caso del turco muerto en la cama de la primogénita; la perdida del bebé que espera Cora - O´Brien cree por error que va a ser despedida y hace que resbale y tenga un aborto-; y así mil sucesos más, un verdadero gota a gota, que nos va revelando la malignidad de su talante rayano en lo patológico. 

Quizás lo que más impresione sea su mirada impasible, reptiliana, carente de empatía y completamente vacía. Esos ojos que apenas pestañean, que están como suspendidos en el aire, denotando la frialdad pasmosa del depredador frente a su presa. 

Por poco que se conozca sobre el perfil de las personalidades del espectro narcisista, y que se profundice en el comportamiento de este personaje oscuro e inquietante, no tardamos mucho en descubrir que en medio del universo dickensiano de Downton Abbey hay una narcisista encubierta.

Sólo alguien carente de empatía y de conciencia moral, es capaz de maquinar y hacer tanto daño a otros, sin apenas inmutarse, experimentado una suerte de placer perverso, el combustible negativo, sin sentir por ello ni el más pequeño escrúpulo o malestar. 

¿Existen en la vida real estos seres rotos y malignos? Cuesta creerlo, lo sé, en nuestro prosaico mundo cotidiano ni los villanos suelen ser tan malos, ni los buenos tan ingenuos o casi tontos. Sin embargo, si se ha estado cerca de personas con este perfil, ya sean narcisistas o psicópatas integrados, se sabrá enseguida que existen, que son reales, que no son un mero producto de la fantasía, aunque no siempre logramos identificarlos en su contexto. 

La ficción es siempre el otro lado del espejo de la realidad. Es lo que Vargas Llosa llama con acierto "la verdad de las mentiras."

Los narcisistas se valen de nuestra presunción de que los seres humanos son buenos por naturaleza, y no buscan hacer daño a sus prójimos deliberadamente. La existencia de personajes perturbadores como la señora O´Brien, sencillamente, nos desconcierta, por eso preferimos negarla y relegarla al plano de la ficción. 

Pero si has sido víctima de un narcisista patológico, tú y yo sabemos que, más allá de la ilusión de los espejos, hay depredadores al acecho, no siempre tan reconocibles como la malvada doncella O`Brien, por eso se impone para todos la cautela, andar con los ojos bien abiertos, mientras se transita el Downton Abbey peculiar de la propia vida. 

La ingenuidad no ha salvado nunca ha nadie. Saber reconocer a tiempo al depredador en nuestro entorno es, quizás, nuestra mayor arma de defensa.




@LibresDelNarcisista.

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